¿Sabéis? Quizá sea la persona menos indicada para reseñar un disco de Yes. Yes es un grupo que provoca una extraña reacción en mi: cuando un grupo me apasiona, normalmente me abalanzo hacia sus discos, haciéndome con por lo menos, la mayoría de sus discos más recomendados en un breve lapso de tiempo, aún a sabiendas de que voy a verme terriblemente saturado por su música al tratar de asimilar demasiado en poco tiempo. Si ya nos movemos en terrenos de rock progresivo, donde la cantidad de escuchas es, en muchas ocasiones, esencial a la hora de digerir una obra, la cosa se complica. Sin embargo, Yes de alguna manera, consiguen escapar de esta norma: con Yes, me da la sensación de que cada disco da para mucho mucho tiempo. Cuando los descubrí con “Close to the edge” tardé casi un año en hacerme con otro disco suyo en hacerme con este “Fragile”, y otro año más en hacerme con “The Yes album”. Hasta la fecha de hoy son los tres únicos discos de Yes que tengo, y no es porque los demás no me interesen. No es que no sienta curiosidad por la desbocada acidez instrumental de “The sound chaser”, o que no quiera comprobar si los cuentos de imaginación topográfica van a ser superiores a mis fuerzas. Simplemente, me invade la extraña sensación de que, aún sabiéndome de memoria y habiendo disfrutado infinitamente de los tres discos que poseo, aún puedo sacarles más partido. Aún no me siento preparado para dar un paso más en la discografía de Yes, aún sabiendo que si algún otro disco cayera en mis manos, no debería tener mayores problemas para digerirlo.
Es por eso que he elegido “Fragile”, pues es la única obra de Yes que puedo analizar en función de lo que estaba haciendo el grupo poco antes, y lo que hizo inmediatamente después.
Yo siempre he dicho que “Close to the edge” es el mejor disco que he escuchado nunca, o al menos uno de los 3 mejores, pero la verdad es que ni siquiera tengo claro que sea mejor que “Fragile”. Quizá sea algo mejor “Close to the edge” al ser más consistente como disco, pero lo cierto es que “Fragile”, en otras circunstancias, podría haberse situado a la par de su sucesor sin problema alguno. Y es que nunca un título de disco fue tan acertado como aquí: si la virtud de “Close to the edge” es precisamente que ni uno sólo de los minutos del disco parece fuera de lugar, aquí encontramos una cantidad notable de relleno totalmente intencionado. El término “relleno” nunca fue tan evidente en la historia del rock. La cuestión es que el grupo tenía que pagar ciertos teclados del recién incorporado Rick Wakeman, y necesitaba lanzar el disco cuanto antes. Desgraciadamente el material que tenían escrito no duraba lo suficiente como para poder lanzar el LP, así que recurrieron a lo que les fue posible con tal de alcanzar cierto minutaje. En algunos de los temas podemos notar algunos pasajes que no hacen sino alargarlos artificialmente, como la introducción de “South side of the sky”, o el final de “Heart of the sunrise”, con reprise de “We have heaven”, pero lo más destacable en ese aspecto fueron los temas individuales. Cada miembro del grupo aportó un tema propio , a veces con mejores resultados, a veces con peores, lo que les sirvió para añadir un total de algo más de nueve minutos a la duración del disco.
Como ya dije, Rick Wakeman (ex-Strawbs) se incorporaba al grupo como teclista, consolidándose así la que a posteriori sería recordada como la formación clásica de Yes (a pesar de que su etapa dorada sólo duraría dos discos). Wakeman, salvo momentos puntuales y a mi gusto, no hace un papel extremadamente relevante, y está lejos de ofrecer lo mejor de si mismo como instrumentista, al menos si lo comparamos con otros trabajos, como el posterior “Close to the edge” o el “Hunky dory” de David Bowie. A cambio, participa en la composición de dos grandes canciones como “South side of the sky” y “Heart of the sunrise”, aunque por problemas de contrato, no figuró su nombre en los créditos.
Y bueno, tras la obligatoria contextualización, vamos a lo importante: la música. La música es, en su mayor parte soberbia. Contiene en su totalidad la esencia del estilo por el que se recordaría a Yes para la posteridad y al mismo tiempo, es una cosa de lo más amable, que incluso tiene su puntillo comercial. La música de este disco parece por momentos una colección de agradables baladas para amas de casa si la comparamos con la introducción de “Close to the edge” o con las partes más abrasivas de “The gates of delirium”. La diferencia con ese fantástico “The Yes album” es que el anterior por momentos sonaba más como un disco de rock con influencias progresivas y temas más largos de lo normal, mientras que este disco ya suena, por decirlo de alguna manera, a rock progresivo “hecho y derecho”. A mi modo de verlo, claro está.
Abrimos el disco de manera inmejorable: unos armónicos de guitarra que suenan hermosos, cálidos y acogedores durante unos segundos que de repente, con timidez, dibujan un riff automáticamente identificable que nos agarra por el cuello y nos lanza hacia la canción de golpe. El bajo de Squire se apodera de la canción, relegando la guitarra acústica de Howe a un segundo plano y de repente Anderson canta con una convicción que asusta. La melodía vocal es alegre, es energética, es un homenaje a la vitalidad, es una celebración de nuestras mayores alegrías y una exhortación a olvidar nuestras mayores penas. Pero eso no es todo. Entonces llega el estribillo, y la cosa se pone mejor aún, con la aparición de la guitarra eléctrica y una melodía aún más emocionante que la de las estrofas. …twenty-four before my love you’ll se I’ll be there with you…Ni siquiera termino de entender esa frase, pero si me la van a transmitir así, me la creo. Sobre el resto de la canción, ¿qué puedo decir?¿Debo destacar esa parte central de ritmo tribal, con ese excelente trabajo ritmo y el órgano de Wakeman clavándose como un cuchillo envenenado en el cerebro?¿Debo decir que a esto le sigue una repetición de la guitarra acústica inicial, sólo que esta vez acompañada por una inolvidable línea de teclado que suena cristalina como un manantial de agua pura?¿Debo siquiera soñar con intentar el placer que me transmite ese CRIMINAL solo de Wakeman, que consigue que me estremezca con tan sólo intentar recordar como sonaba?¿Cómo podría expresar la indescriptible atmósfera que detecto cuando se vuelve al tema principal de la canción, cuando estamos oyendo el último estribillo y sentimos que va a acabar de manera magistral? Y entonces, Howe repite aquel riff acústico con el que nos introdujo en el tema y la cosa acaba. Y no puedo aplaudir porque me he quedado paralizado. Esto fue “Roundabout”, uno de los singles del disco y uno de los clásicos absolutos de Yes por derecho propio.
“Cans and Brahms” tiene aquí un durísimo cometido, y es el de devolver al oyente a la realidad tras quinientos nueve de los segundos más placenteros de la historia del rock. Se trata de la canción individual de Rick Wakeman, apenas un minuto y medio de fragmentos del tercer movimiento de la cuarta sinfonía en mi menor de Johannes Brahms, interpretado con piano eléctrico. La cosa la verdad es que suena estúpida, y no hay duda de que Wakeman podría haber sacado algo mucho más interesante de la obra de un gran compositor como Brahms, pero bueno, la cosa era rellenar espacio, y no suena mal. Y parece sacado de alguna comedia muda de aquellas de cuando el concepto de cine distaba del que se tiene hoy día. Justo después viene la canción individual de Anderson, “We have heaven”, que es básicamente un minuto y medio de varias melodías superpuestas, todas ellas cantadas por varios doblados de la voz de Anderson. Entiendo que a los detractores de este disco esto puede darles un buen argumento: ¿por qué, tras la primera canción, debemos tragarnos dos viñetitas insustanciales para pasar a la segunda? Pero no me importa, pues este “We have heaven” me parece delicioso para los oídos. Como sugiere el título, es una cosa realmente celestial. Para los poco aficionados a la voz de Anderson, esta canción puede ser el infierno sonoro, pero para algunos de los que nos consideramos enamorados de su particular timbre vocal, es una pequeña joya totalmente irremplazable.
Bien, pues llegamos a la segunda canción “de verdad”, la claustrofóbica y agobiante “South side of the sky”. Una tétrica introducción de efectos sonoros queda interrumpida de repente por un complejo ritmo de batería, un oscuro bajo llenándolo todo y un Anderson que aquí ya no suena alegre y jovial, sino trágico y amenazante, como si quisiera advertirnos de algún peligro. Aquí Wakeman hacer posiblemente su mejor aportación al disco, con unas líneas de piano de lo más hermosas que por momentos llegan a ser escalofriantes (como esas partes en las que suena el piano sin otro acompañamiento instrumental). En los dos últimos minutos, tras una breve pausa que da protagonismo al piano, la canción retoma la melodía y ritmo del comienzo, pero con más potencia que nunca: la guitarra de Howe por momentos es una tormenta eléctrica, los juegos de estudio con la voz de Anderson provocan verdadera agonía y durante el fade out final todo suena cada vez más anárquico. Impresionante canción.
La aportación de Bruford, “Five per cent for nothing” es una especie de jam extraña que cuando parece ponerse algo interesante, va y termina, y se queda en treinta y cinco. Nada que comentar, la verdad. “Long distance runaround” es el tema más corto de entre las canciones “normales”, y también el más convencional. Lo cierto es que al principio no me convencía mucho, pues esa suerte de “riff” principal me parecía, cuanto menos, tonto, pero las partes en las que Anderson canta son nuevamente impecables, y la tensión que crea el acompañamiento instrumental es increíble. La canción está encadenada a la pieza particular de Squire, “The fish (shindleria praematurus)”, una instrumental en la que sobre un motivo melódico que se repite una y otra vez, Chris explora todo tipo de efectos con su bajo. Al final se une Anderson coreando el hombre científico de dicho pez, con un resultado muy extraño que le da al conjunto cierto aire de trascendencia. “Mood for a day” es la última de las canciones individuales, una especie de continuación a la “The clap” del disco anterior (aunque en estudio), a mi juicio bastante mejor. Simple y llanamente es Howe con una guitarra española tocando flamenco. Es posible que Howe como guitarrista flamenco no pueda compararse a gente como Paco De Lucía o Tomatito, pero de lo que no me cabe duda es que aquí encontramos algunas de las melodías más bellas de todo el disco. Emocionante, agradable y pegadiza, ¿qué más podemos pedir pues?
Y párrafo aparte para terminar con la última canción del disco, el atemporal y eterno clásico del grupo “Heart of the sunrise”, que en un durísimo mano a mano se disputa el puesto de mejor disco con “Roundabout”. Su introducción es posiblemente uno de los momentos más duros del rock progresivo clásico, un verdadero derroche de potencia y agresividad en el que Howe, Squire y Bruford se complementan perfectamente creando una mole sonora que arrasa todo lo que encuentra a su paso, alternándose con tensos pasajes de órgano, y otros más calmados y ambientales, con cierto regusto funk. Tras extenderse durante varios minutos, empieza la parte cantada, y parece como si Yes hubieran descargado toda su agresividad en la introducción, pues esta primera parte cantada es muy dulce y melódica. La canción va fluyendo de un lugar a otro, alternando repeticiones de estos fragmentos, junto con algunos otros, con un final orgásmico en el que Anderson repite la estrofa principal, pero de una manera más solemne, como si nos encontráramos en medio de una especie de celebración, y Jon Anderson fuera nuestro sacerdote. Las letras no parecen decir nada en concreto, o al menos nada trascendente, pero me es imposible no estremecerme con todas y cada una de las palabras que expulsa Anderson por su boca. Con aquel destructivo riff inicial se pone fin a la ceremonia infernal de “Heart of the sunrise", y uno permanece en su silla, dudando de si sería irrespetuoso levantarse, sacar el CD del equipo y poner otro. Entre tanto, nos pilla por sorpresa un reprise de “We have heaven", que nos dibuja una sonrisa en la cara y nos hace descender a la tierra, lentamente desde el corazón del amanecer.
Es por eso que he elegido “Fragile”, pues es la única obra de Yes que puedo analizar en función de lo que estaba haciendo el grupo poco antes, y lo que hizo inmediatamente después.
Yo siempre he dicho que “Close to the edge” es el mejor disco que he escuchado nunca, o al menos uno de los 3 mejores, pero la verdad es que ni siquiera tengo claro que sea mejor que “Fragile”. Quizá sea algo mejor “Close to the edge” al ser más consistente como disco, pero lo cierto es que “Fragile”, en otras circunstancias, podría haberse situado a la par de su sucesor sin problema alguno. Y es que nunca un título de disco fue tan acertado como aquí: si la virtud de “Close to the edge” es precisamente que ni uno sólo de los minutos del disco parece fuera de lugar, aquí encontramos una cantidad notable de relleno totalmente intencionado. El término “relleno” nunca fue tan evidente en la historia del rock. La cuestión es que el grupo tenía que pagar ciertos teclados del recién incorporado Rick Wakeman, y necesitaba lanzar el disco cuanto antes. Desgraciadamente el material que tenían escrito no duraba lo suficiente como para poder lanzar el LP, así que recurrieron a lo que les fue posible con tal de alcanzar cierto minutaje. En algunos de los temas podemos notar algunos pasajes que no hacen sino alargarlos artificialmente, como la introducción de “South side of the sky”, o el final de “Heart of the sunrise”, con reprise de “We have heaven”, pero lo más destacable en ese aspecto fueron los temas individuales. Cada miembro del grupo aportó un tema propio , a veces con mejores resultados, a veces con peores, lo que les sirvió para añadir un total de algo más de nueve minutos a la duración del disco.
Como ya dije, Rick Wakeman (ex-Strawbs) se incorporaba al grupo como teclista, consolidándose así la que a posteriori sería recordada como la formación clásica de Yes (a pesar de que su etapa dorada sólo duraría dos discos). Wakeman, salvo momentos puntuales y a mi gusto, no hace un papel extremadamente relevante, y está lejos de ofrecer lo mejor de si mismo como instrumentista, al menos si lo comparamos con otros trabajos, como el posterior “Close to the edge” o el “Hunky dory” de David Bowie. A cambio, participa en la composición de dos grandes canciones como “South side of the sky” y “Heart of the sunrise”, aunque por problemas de contrato, no figuró su nombre en los créditos.
Y bueno, tras la obligatoria contextualización, vamos a lo importante: la música. La música es, en su mayor parte soberbia. Contiene en su totalidad la esencia del estilo por el que se recordaría a Yes para la posteridad y al mismo tiempo, es una cosa de lo más amable, que incluso tiene su puntillo comercial. La música de este disco parece por momentos una colección de agradables baladas para amas de casa si la comparamos con la introducción de “Close to the edge” o con las partes más abrasivas de “The gates of delirium”. La diferencia con ese fantástico “The Yes album” es que el anterior por momentos sonaba más como un disco de rock con influencias progresivas y temas más largos de lo normal, mientras que este disco ya suena, por decirlo de alguna manera, a rock progresivo “hecho y derecho”. A mi modo de verlo, claro está.
Abrimos el disco de manera inmejorable: unos armónicos de guitarra que suenan hermosos, cálidos y acogedores durante unos segundos que de repente, con timidez, dibujan un riff automáticamente identificable que nos agarra por el cuello y nos lanza hacia la canción de golpe. El bajo de Squire se apodera de la canción, relegando la guitarra acústica de Howe a un segundo plano y de repente Anderson canta con una convicción que asusta. La melodía vocal es alegre, es energética, es un homenaje a la vitalidad, es una celebración de nuestras mayores alegrías y una exhortación a olvidar nuestras mayores penas. Pero eso no es todo. Entonces llega el estribillo, y la cosa se pone mejor aún, con la aparición de la guitarra eléctrica y una melodía aún más emocionante que la de las estrofas. …twenty-four before my love you’ll se I’ll be there with you…Ni siquiera termino de entender esa frase, pero si me la van a transmitir así, me la creo. Sobre el resto de la canción, ¿qué puedo decir?¿Debo destacar esa parte central de ritmo tribal, con ese excelente trabajo ritmo y el órgano de Wakeman clavándose como un cuchillo envenenado en el cerebro?¿Debo decir que a esto le sigue una repetición de la guitarra acústica inicial, sólo que esta vez acompañada por una inolvidable línea de teclado que suena cristalina como un manantial de agua pura?¿Debo siquiera soñar con intentar el placer que me transmite ese CRIMINAL solo de Wakeman, que consigue que me estremezca con tan sólo intentar recordar como sonaba?¿Cómo podría expresar la indescriptible atmósfera que detecto cuando se vuelve al tema principal de la canción, cuando estamos oyendo el último estribillo y sentimos que va a acabar de manera magistral? Y entonces, Howe repite aquel riff acústico con el que nos introdujo en el tema y la cosa acaba. Y no puedo aplaudir porque me he quedado paralizado. Esto fue “Roundabout”, uno de los singles del disco y uno de los clásicos absolutos de Yes por derecho propio.
“Cans and Brahms” tiene aquí un durísimo cometido, y es el de devolver al oyente a la realidad tras quinientos nueve de los segundos más placenteros de la historia del rock. Se trata de la canción individual de Rick Wakeman, apenas un minuto y medio de fragmentos del tercer movimiento de la cuarta sinfonía en mi menor de Johannes Brahms, interpretado con piano eléctrico. La cosa la verdad es que suena estúpida, y no hay duda de que Wakeman podría haber sacado algo mucho más interesante de la obra de un gran compositor como Brahms, pero bueno, la cosa era rellenar espacio, y no suena mal. Y parece sacado de alguna comedia muda de aquellas de cuando el concepto de cine distaba del que se tiene hoy día. Justo después viene la canción individual de Anderson, “We have heaven”, que es básicamente un minuto y medio de varias melodías superpuestas, todas ellas cantadas por varios doblados de la voz de Anderson. Entiendo que a los detractores de este disco esto puede darles un buen argumento: ¿por qué, tras la primera canción, debemos tragarnos dos viñetitas insustanciales para pasar a la segunda? Pero no me importa, pues este “We have heaven” me parece delicioso para los oídos. Como sugiere el título, es una cosa realmente celestial. Para los poco aficionados a la voz de Anderson, esta canción puede ser el infierno sonoro, pero para algunos de los que nos consideramos enamorados de su particular timbre vocal, es una pequeña joya totalmente irremplazable.
Bien, pues llegamos a la segunda canción “de verdad”, la claustrofóbica y agobiante “South side of the sky”. Una tétrica introducción de efectos sonoros queda interrumpida de repente por un complejo ritmo de batería, un oscuro bajo llenándolo todo y un Anderson que aquí ya no suena alegre y jovial, sino trágico y amenazante, como si quisiera advertirnos de algún peligro. Aquí Wakeman hacer posiblemente su mejor aportación al disco, con unas líneas de piano de lo más hermosas que por momentos llegan a ser escalofriantes (como esas partes en las que suena el piano sin otro acompañamiento instrumental). En los dos últimos minutos, tras una breve pausa que da protagonismo al piano, la canción retoma la melodía y ritmo del comienzo, pero con más potencia que nunca: la guitarra de Howe por momentos es una tormenta eléctrica, los juegos de estudio con la voz de Anderson provocan verdadera agonía y durante el fade out final todo suena cada vez más anárquico. Impresionante canción.
La aportación de Bruford, “Five per cent for nothing” es una especie de jam extraña que cuando parece ponerse algo interesante, va y termina, y se queda en treinta y cinco. Nada que comentar, la verdad. “Long distance runaround” es el tema más corto de entre las canciones “normales”, y también el más convencional. Lo cierto es que al principio no me convencía mucho, pues esa suerte de “riff” principal me parecía, cuanto menos, tonto, pero las partes en las que Anderson canta son nuevamente impecables, y la tensión que crea el acompañamiento instrumental es increíble. La canción está encadenada a la pieza particular de Squire, “The fish (shindleria praematurus)”, una instrumental en la que sobre un motivo melódico que se repite una y otra vez, Chris explora todo tipo de efectos con su bajo. Al final se une Anderson coreando el hombre científico de dicho pez, con un resultado muy extraño que le da al conjunto cierto aire de trascendencia. “Mood for a day” es la última de las canciones individuales, una especie de continuación a la “The clap” del disco anterior (aunque en estudio), a mi juicio bastante mejor. Simple y llanamente es Howe con una guitarra española tocando flamenco. Es posible que Howe como guitarrista flamenco no pueda compararse a gente como Paco De Lucía o Tomatito, pero de lo que no me cabe duda es que aquí encontramos algunas de las melodías más bellas de todo el disco. Emocionante, agradable y pegadiza, ¿qué más podemos pedir pues?
Y párrafo aparte para terminar con la última canción del disco, el atemporal y eterno clásico del grupo “Heart of the sunrise”, que en un durísimo mano a mano se disputa el puesto de mejor disco con “Roundabout”. Su introducción es posiblemente uno de los momentos más duros del rock progresivo clásico, un verdadero derroche de potencia y agresividad en el que Howe, Squire y Bruford se complementan perfectamente creando una mole sonora que arrasa todo lo que encuentra a su paso, alternándose con tensos pasajes de órgano, y otros más calmados y ambientales, con cierto regusto funk. Tras extenderse durante varios minutos, empieza la parte cantada, y parece como si Yes hubieran descargado toda su agresividad en la introducción, pues esta primera parte cantada es muy dulce y melódica. La canción va fluyendo de un lugar a otro, alternando repeticiones de estos fragmentos, junto con algunos otros, con un final orgásmico en el que Anderson repite la estrofa principal, pero de una manera más solemne, como si nos encontráramos en medio de una especie de celebración, y Jon Anderson fuera nuestro sacerdote. Las letras no parecen decir nada en concreto, o al menos nada trascendente, pero me es imposible no estremecerme con todas y cada una de las palabras que expulsa Anderson por su boca. Con aquel destructivo riff inicial se pone fin a la ceremonia infernal de “Heart of the sunrise", y uno permanece en su silla, dudando de si sería irrespetuoso levantarse, sacar el CD del equipo y poner otro. Entre tanto, nos pilla por sorpresa un reprise de “We have heaven", que nos dibuja una sonrisa en la cara y nos hace descender a la tierra, lentamente desde el corazón del amanecer.
Tracklist : 01. Roundabout (8:35) 02. Cans and Brahms (1:43) 03. We Have Heaven (1:39) 04. South Side of the Sky (7:57) 05. Five Per Cent for Nothing ( 0:38) 06. Long Distance Runaround (3:30) 07. The Fish (Shindleria Praematurus) (2:43) 08. Mood for a Day (3:02) 09. Heart of the Sunrise (11:24)
Line -up / Musicians : - Jon Anderson / percussion, vocals - Bill Bruford / percussion, drums - Steve Howe / guitar (acoustic), guitar, guitar (electric), vocals - Chris Squire / bass, guitar (bass), vocals - Rick Wakeman / organ, synthesizer, piano, keyboards, Moog synthesizer - Colin Goldring / recorder
ENLACE
https://www.mediafire.com/file/9u633pwv3wuzcck/Yes_-_1971_-_Fragile_%2528Vinyl_LP%2529.rar/file
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